Somos Ana y Miguel, una pareja de aragoneses apasionados de los viajes y el turismo. Nos encanta conocer a fondo los lugares que visitamos, pero la verdad es que las pasadas vacaciones solo acudíamos al Hotel Romana, en Alcossebre (Castellón), para descansar, desestresarnos y disfrutar de sus instalaciones, pasar unos días de relax, comer bien y recuperar fuerzas en un entorno cómodo y familiar.
Sin embargo, pasados un par de días no nos pudimos resistir y preguntamos en recepción qué actividades podíamos hacer para investigar un poco el lugar. La información fue muy completa y, gracias a los consejos, acabamos contactando con una pequeña empresa castellonense de turismo activo llamada Itinerantur. Después de una mañana inolvidable decidimos contar nuestra experiencia al personal del hotel, quien nos sugirió que la escribiésemos para que otros clientes se animen a conocer Alcossebre y su entorno como nosotros lo hicimos. Hemos intentado ser expresivos a la vez que realistas para trasmitir nuestras sensaciones, y éste es el resultado... ¡Esperamos que os guste!

Nunca imaginábamos que la Serra d’Irta, ese Parque Natural al norte de Alcossebre que algún amigo nos había comentado de pasada, representaría tanto para el litoral mediterráneo y nos dejaría una huella tan imborrable. Quizá fue por la pasión que transmite en cada momento el equipo de Itinerantur. Gracias a ellos hemos tenido la suerte de VIVIR una experiencia diferente a lo que pensábamos que nos encontraríamos en Castellón.
Sierra de Irta en coche
En el coche, camino a la entrada del Parque Natural en Peñíscola, mirábamos al horizonte intentando adivinar lo que nos esperaba. Ya en pleno Parque, Belén, nuestra guía (según ella, Traductora de Paisajes), nos recibía en el punto de encuentro con las pilas bien cargadas.
Ruta de senderismo por la sierra de Irta
Lo primero fue calentar un poco las piernas para el sencillo trayecto a lo largo de los 15 Km de costa virgen, desde Peñíscola al norte hasta Alcossebre al sur, y, a continuación, Belén no tardó en contarnos lo protegido que estaba aquel lugar y su importancia como enclave único en el litoral valenciano. Parece ser que es prácticamente el último tramo de costa salvaje en el Mediterráneo español desde Francia hasta Andalucía... ¡Ahí es nada!

Mientras caminábamos podíamos ver, oír, oler y hasta saborear el mar, incluso alcanzábamos a ver las Islas Columbretes (quedan pendientes para la siguiente visita). Antes de darnos cuenta, nos encontramos delante de una enorme sombra de once metros, la Torre Badum, una espectacular atalaya defensiva contra los ataques de los piratas berberiscos en lo alto de un imponente acantilado de casi 50 metros donde viven especies de flora únicas. Algunas, como las saladillas de Peñíscola, solo habitan en ese lugar.
Andando siempre con el rumor del mar de fondo, llegamos a otro acantilado más pequeño en forma de cala, de aguas calmadas y turquesas que contrastaban con el azul oscuro del Mediterráneo. Nos explicaron cómo se formaron estos muros calcáreos, cómo de la misma roca llegan a brotar manantiales de agua dulce de un enorme acuífero que llenan de vida el litoral de la Reserva Marina, y nos quedamos en silencio observando el suave oleaje que chapoteaba en la rocosa orilla. Llegamos incluso a pegar un trago del agua entre dulce y salada que emerge a pie de playa. Está claro que el día iba de probar cosas nuevas. La belleza y la tranquilidad de aquel lugar nos envolvieron literalmente. No nos extraña que los piratas viniesen aquí a fondear con sus barcos durante tantos siglos.

Continuamos por sendas, calas y playas vírgenes, como las del Pebret o cala Argilaga, atravesamos microrreservas de flora muy rara y en peligro de extinción, llegamos a una playa hecha de conchas marinas donde nos dimos un baño y, para nuestra sorpresa, Belén sacó de no sabemos exactamente dónde un almuerzo de productos autóctonos: pan, embutidos y quesos locales, frutas y verduras de temporada, mermeladas y zumos y un rico y fresco vino, todos hechos en Castellón. Nuestra guía nos comentó que la interpretación de los paisajes no es la misma sin saborear la cultura local… ¡Toda la razón!
Seguimos con el trayecto y el monte mediterráneo en todo su esplendor nos dio la mano durante toda la parte sur. Como nos contaba Belén, hay más diversidad de especies vegetales en un pequeño trozo de territorio castellonense como éste que en muchos países europeos enteros, y esto es algo que mucha gente no sabe… si no se lo cuentan. Ya llegando a Alcossebre, paramos en el Paseo de las Fuentes para admirar los manantiales que brotan entre las sombrillas de los sorprendidos turistas mientras pensábamos: “nosotros ahora sabemos de dónde sale toda esa agua”. Y no podíamos evitar sonreír como niños traviesos.
Al final, justo al llegar al hotel y antes de despedirnos de nuestra guía (que ya era como una amiga), el hambre empezaba a rugir en nuestros estómagos. La verdad es que no faltó nada para que fuese una mañana perfecta. Bueno, quizá sí: si nos pudiésemos haber llevado un trocito de la Serra d’Irta… Pero no, como nos recordó Belén, el mejor recuerdo es el que guardaremos siempre en nuestro álbum de fotos, o mejor: en nuestra memoria.